lunes, 12 de octubre de 2009


Cómo se Forjaron las Grandes Guerras

La crisis de 1929 y la denuncia del Tratado de Versalles abrieron paso a la II Guerra Mundial
Nuevos vientos de guerra en el mundo
Jorge Basadre Ayulo
Maestro y Doctor en Derecho

La Razón, 12 de octubre de 2009

“Me gustaría tener un bisturí y hacerle una disección. No al cadáver sino a la muerte misma”. Haruki Murakami. “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”. Buenos Aires, 2008. p. 36

La revolución marxista en Rusia trajo hondas consecuencias para el fin de la Primera Guerra Mundial, aunque este país fue aislado en la Paz de Versalles. Marx no soñó nunca que su tesis fuera adoptada por un país no industrializado como fue Rusia y no hizo fortuna, por ejemplo, en Inglaterra o en el Imperio Austrohúngaro. Pero, el marxismo, pese a las dificultades experimentadas en sus inicios, fue consolidándose y sirvió de dogma, ejemplo, y de aliciente a muchos países que compartieron su modo de pensar, por la persuasión o la guerra segunda del siglo veinte.

Después esta doctrina correría como un cable de dinamita y fue Rusia la existencia de la patria como factor decisivo de movilización y patria del socialismo. Esta noción quedó multiplicada a partir de 1945 con “paraísos imaginarios en la China de Mao y la Cuba de Fidel Castro” (El País. 12 de septiembre de 2009. p. 15). La historia del mundo no es ascendente y así lo constatamos día a día. El hombre regresa a los falsos nacionalismos, inhala un olor fétido y destruye todo, incluyéndose a sí mismo.

Después de la Gran Guerra, existieron conflictos bélicos que no alcanzaron el carácter de universalidad como la invasión de Italia a Etiopía que a la larga constituyó un gran fracaso. En medio de tal escenario brutal del siglo veinte para la humanidad, apareció la Gran Crisis y “octubre negro” en 1929 con graves características: la caída de las principales magnitudes monetarias y de la renta, la inversión y el consumo, la producción industrial, y, la reducción del empleo.

Resultó célebre para quienes viajaron ese año a la ciudad de Nueva York, que encontraron mendigos desarrapados en las calles de la ciudad de los rascacielos que pugnaban con los recién llegados a encender su cigarro por veinticinco centavos. Era invierno con fuerte viento, por lo que encenderlo era inseguro. Esta crisis tendría semejanza con la del 2008 en la siguiente centuria. Todo cayó con la Bolsa de Valores: las inversiones para obtener “dinero fácil” en las bolsas fueron precipitadas al infierno. Esta caída fue de gran magnitud en una época de pavor y en el fondo precipitó la Segunda Guerra Mundial.

Hitler y Mussolini fueron la tragedia del mundo y me hace recordar el viaje de Dante al infierno en su Divina Comedia (Canto XXXII). Siguiendo a Virgilio el gran poeta, por los varios círculos infernales, llega a un río glacial en el que las almas de los traidores son presas hasta el cuello en el hielo. Fueron quienes traicionaron a la humanidad y a los suyos al haberse aliado al enemigo. Fueron uno de “los que lloran” y deben recibir una maldición feroz debiéndose hundir en el fango hondo y atroz.

Los versos de Dante son el atisbo de una “noble indignación” u “honorable cólera” y no constituyó el pecado de la ira sino una virtud de utilizar “causa justa” para los adjetivos utilizados. Allí en el infierno, sin hipérbole, estarían las almas de Hitler, Mussolini, Stalin, con aullidos o dolor dentro de las aguas inmundas del infierno.

A partir del año 1924, aires de prosperidad adquirió Alemania con sus exportaciones y el aumento del ingreso per capita para sus connacionales. En este ambiente trazó su infeliz designio Adolfo Hitler, pintor de brocha gorda, pero careció de talento para ello. No era artista sino un líder de masas a las que embriagaba con su fluidez oratoria. En 1928 el partido nazi obtuvo doce escaños y Hitler utilizó como arma letal el miedo a los comunistas.

Al año siguiente su partido tenía 120,000 miembros; y ya en 1932 contaba con casi 800.000 seguidores, apoderándose de todas las actividades y fulminó a la República de Weimar. El 30 de enero de 1933 fue designado canciller, con tres ministros nazis, con la presencia de Hermann Goering.

El 28 de febrero de 1933, ocurrió el incendio del Reichstag por un pobre diablo holandés, situación que aprovechó Hitler para echarle la culpa a los comunistas y “sentar la base real del poder nazi” que duraría hasta su colapso sangriento en 1945. En las elecciones del mes siguiente (1934), Hitler obtuvo el 43.9 por ciento de los votos con 288 bancas y el otorgamiento de la facultad de legislar por el Reichstag, con la tolerancia de los socialdemócratas. “Los comunistas estaban arrestados o habían fugado”.

Apareció la Gestapo bajo el mando y dirección del implacable Goering. La guardia personal fue la Schutztafell (SS) de Heinrich Himmler que sembró la teoría racial nazi en cuanto al exterminio judío, negro y asiático y la superioridad de la raza aria. ¡Grave error el perseguir a los judíos y sentar la prédica contra natura en favor de una raza supuestamente privilegiada.

La represión se fue haciendo cada vez más salvaje: redadas de judíos en las fábricas y oficinas, arrestos según listados, ejecuciones públicas y privadas, flagelaciones, ahorcamientos. Luego empezaría la imposición de camisas a rayas con la estrella de David en su indumentaria, el mercado negro de comida, carbón y combustible para las estufas. Ayudar a los judíos representaba una casi segura condena a muerte.

La maldad de Hitler debía de trasponer fronteras. A partir de 1936, el rearme alemán precipitó una horda expansionista y a tal efecto renunciaron a su política tolerante en materia exterior y apareció inmediatamente después el eje Roma – Berlín.

El ministro Neville Chamberlain trató de arreglar el problema internacional como canciller de Inglaterra. Nuestra opinión modesta –muy modesta por cierto- es que el viaje por la paz cayó porque Hitler dentro de su conducta maníaco depresiva exudó ideas y pudo hablar con coherencia y escondía su “locura oratoria” ante Chamberlain, pero guardaba su súcubo plan de invadir territorios ajenos y hacerse de Europa era evidente.

Alemania denunció de facto las estipulaciones del Tratado de Versalles bajo la égida del fanatismo de Hitler, el Fuhrer. El 11 de marzo de 1938 ocupó Austria y las democracias no intervinieron. La invasión a Noruega ocurrió en abril de 1940 después que apareció (23 de marzo de 1939) una declaración francobritánica que los dos países estaban dispuestos a intervenir por la vía militar en agresión a los Países Bajos, Bélgica o Suiza.

Ante la amenaza a Polonia, ya en el mundo al decir del novelista Hermann Wouk aparecieron vientos de Guerra en Europa, más aun cuando ocurrió la alianza entre Hitler y Stalin, en el fondo enemigo. Con la invasión alemana, la U.R.S.S. atacó a zonas territoriales de Bielorrusia y Ucrania, hasta la línea curzon. Así, Polonia fue atacada en dos frentes creados por los entonces aliados de la destrucción y pavor. Lituania, Letonia y Estonia cayeron bajo parlamentos prosoviéticos. Stalin había logrado aumentar en 23 millones de habitantes de la población de la Unión Soviética. Finlandia capituló a favor de Stalin tras gran resistencia.

Muchos parisinos todavía recuerdan con tristeza el armisticio entre Francia y Alemania, así como el desfile nazi frente al Área del Triunfo. Todo lo que quería Hitler fue otorgado tras aplastante victoria con una propulsión de bajas de 27.000 alemanes contra 135.000 de los franceses. El citado armisticio fue suscrito por el mariscal Henri Philippe Pétain, héroe francés de la Primera Guerra. Estableció un gobierno provisorio en Vichy.

El joven oficial Charles de Gaulle no aceptó el armisticio y estableció las bases de una Francia Libre, sólo con 35.000 seguidores y con patrocinio de Gran Bretaña. La guillotina para el anciano Pétain fue adherirse a los nazis, que a la larga en el fin de la guerra le valió la imposición de la pena de muerte, conmutada después a cadena perpetua.

La historia independiente, como la obra monumental de Paul Johnson titulada Tiempos modernos, es muy dura con Pétain. Había sido héroe significativo que generó una aureola de popularidad. Cuando Francia estuvo perdida por el yugo nazi, cedió a la tentación del diablo que era Hitler y asumió como caldo de fuego el destino francés. No puede achacársele falta de patrimonio.

Y este fulgor ya lo había demostrado en el campo de batalla, en las trincheras, en la lucha cuerpo a cuerpo, esquivando y las balas que lo perdonaron. ¡Destino de la vida total para algunas personas! Cuando fue colaboracionista Pétain era senil, no tuvo la astucia necesaria para desestimar el mal e ingresó a un descalabro final. Vivió como héroe insigne, símbolo patrio y murió solo, traidor y sin alabarderos al pie de su tumba.

La vida de Pétain tuvo un designio infeliz: de héroe a traidor. No podía declarar la neutralidad como hizo España en contrario pero las circunstancias eran diferentes: ya Francia había sucumbido y Pétain pensó en el triunfo de Hitler, súcubo de Satán, ciego de la ira, el nazi pensó que Francia era gran enemiga de Alemania y con craso error que Gran Bretaña no lo era. Por desgracia ello causaría tremendas consecuencias para Hitler.

La patria alemana para sus hijos fue una mala madre: un país que invadió a los países europeos, persiguió a los que no eran arios, desplazó a millones, inició la Segunda Guerra, y su población llegó a vivir en la desesperanza, en la miseria. ¿A quienes tenemos que atribuir? A Hitler y a sus fanáticos seguidores. Hoy, Alemania constituye un faro de democracia y libertad.

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