El amor cuesta un ratito
El Comercio, 18 de febrero de 2007
Un recorrido por la historia de los burdeles de Lima. Sus personajes, sus sórdidas anécdotas y su papel en la bohemia de escritores, políticos, artistas y uniformados Crónica DE HUATICA AL TROCADERO
Por Nelly Luna Amancio
El amor también puede ser un estado de ánimo. A 'La Shimabuco', la prostituta más recordada de Huatica, le daban arranques de locura cada vez que uno de sus amantes no atendía sus caprichos. Si estaba contenta, recitaba a viva voz los versos de sus poetas preferidos y todos la adoraban; si estaba borracha y aturdida, amenazaba con aventarse del segundo piso, entonces, todos le rehuían. Jorge Vega, 'Veguita', cazador de libros que hay que leer y uno de los últimos bohemios que la vio en Lima, cuenta que Isabel Shimabuco fue la hija de un japonés que nadie sabe cómo terminó de prostituta en la capital. Recuerda que muchos periodistas y escritores perdieron la cabeza por ella. Y ella, que decía querer a todos, perdió la cabeza solo por uno. Un día desapareció para casarse con un millonario de Huaral. Nunca más se supo de ella, pero los relatos de su figura encantadora y ojos perturbadores permanecieron en la memoria de quienes la visitaron en el jirón Huatica, muchos años antes de que este se convirtiera en Renovación.
La historia de los burdeles de Lima tiene una sola Shimabuco, pero miles de protagonistas. En aquellos sórdidos espacios, políticos y jóvenes poetas de la bohemia limeña de la primera mitad del siglo XX amaron (y conspiraron) un poquito. En ellos se tomaron decisiones de Estado. El escritor Gregorio Martínez no duda de que en los burdeles más reservados se planificaron los golpes de Estado. "Se podía conversar con mayor confianza. Fueron para los políticos de la derecha y los militares como después los bares para la izquierda. En el bar Palermo de La Colmena, por ejemplo, se planearon asaltos a bancos para darles fondos a las guerrillas. Era normal que los burdeles estuvieran atestados de congresistas. Ahí se decidía el destino del país, se tomaban los acuerdos y los pactos", dice el autor del "Libro de los Espejos".
Algunas de estas historias han sido recogidas por el arquitecto Roberto Prieto en su libro --aún por publicar-- sobre la historia de las casas de citas en Lima. El autor diferencia estas de un burdel porque las primeras tenían un carácter exclusivo y una clientela selecta. Cuenta, por ejemplo, que el general Manuel Odría visitaba la Casa de Mabel, en Breña, con quien han dicho tuvo un romance escondido.
Los burdeles sellaron pactos políticos y ofrecieron un cómplice escenario a escritores. El periodista Carlos Ney Barrionuevo, el entrañable Carlitos de "Conversación en La Catedral", relató una de las primeras inquietudes de un adolescente Mario Vargas Llosa. "Salíamos de 'La Crónica' rumbo a Huatica, pero como Mario era un chiquillo, lo botamos. Él insistió y se metió en el carro con nosotros. 'Yo también quiero ir', dijo y, bueno, nos fuimos todos. Después de ello, su papá lo sacó del periódico y lo mandó a Piura". El ajuste de cuentas llegó varios años después, cuando Vargas Llosa escribió "La Casa Verde", el burdel piurano que conoció en su viaje. Tres años después publicó su mejor novela, "Conversación en La Catedral", y contó las andadas de los periodistas de "La Crónica". Una deuda saldada.
DE HUATICA AL DESAMOR
Huatica fue el incentivo lúdico de escritores y periodistas, y el primer intento serio para organizar la prostitución callejera. "Había una ola de salubridad, se registraron muchas muertes y las autoridades comenzaron a reglamentar todo lo relacionado a la salud", dice Roberto Prieto. Huatica comenzó a funcionar en 1928. Inicialmente este jirón se llamó 20 de Setiembre. Una protesta de la Embajada de Italia --fecha histórica para ellos-- hizo que estas cuadras adoptaran el nombre del canal de regadío que atravesaba la zona. Sobre las ventanas coloniales de esas siete cuadras las muchachas reposaban a la espera de algún viandante adinerado.
Huatica fue un termómetro social. Los precios más bajos estaban en las primeras cuadras, las de mayor población. Los costos se multiplicaban con cada paso, hasta llegar a las últimas cuadras, donde aguardaban las francesas y polacas. 'Estar' con una de ellas costaba la mitad del sueldo de toda una semana de trabajo. En medio de esas casas atestadas, sobresalía una, la más concurrida, la casa de la 'mamita' Luz Gómez, en la cuadra siete.
Huatica fue también un termómetro musical. Dicen que aquí se escuchó por primera vez el mambo, mucho tiempo después de que los boleros de Daniel Santos cautivaran a sus visitantes del amor compartido. Música y burdel caminaron juntos. Las casas de Huatica tenían una pista de baile donde se intentaban desenfadados pasos o se escuchaban delicadas voces. 'Veguita' cuenta la historia de una soprano que cantaba operetas cada vez que bebía de más y que de sana, un día, rechazó la propuesta de un productor que prometió llevarla al estrellato.
Los días y las noches de este jirón estaban custodiados por el 'Capitán Rascachucha', el entonces comisario de La Victoria del que ahora nadie recuerda el nombre, pero que todos señalan como el gran regente de la movida nocturna. 'Veguita' dice que fue el promotor del orden en las cuadras de Huatica. Era el vínculo entre las autoridades y las prostitutas, el cómplice de los líos resueltos a puñetazos limpios.
Fue en esos años que comenzaron a circular los condones marca Patricio, uno de los más caros. Décadas después llegarían masivamente los de marca Sultán.
Gregorio Martínez cuenta que Julio Ramón Ribeyro y el poeta Francisco Bendezú salían del bar Palermo y se iban donde Rosita, 'La Española', en Huatica, y que antes que al adolescente Vargas Llosa lo enviaran a Piura, los periodistas de "La Crónica" iban al burdel de Elizabeth Parker si tenían dinero. También relata que Julio Ramón Ribeyro se enamoró perdidamente de una prostituta que trabajaba en Huatica, en la que gastó todo su dinero.
DE MÉXICO AL TROCADERO
Con el crecimiento de la ciudad, las zonas urbanas sitiaron a Huatica. A fines de los años 50 estos burdeles fueron desalojados y sus inquilinas trasladadas al final de la avenida México, a una suerte de corralón hecho de triplay y ladrillo mal puesto. El más recordado fue El Floral. Eran los años de la primera gran migración impulsada por la pobreza en las provincias. La prostitución desbordó la ciudad de campesinos desterrados por el hambre. La calle se hizo dura. La competencia, encarnizada. Entonces surgió 'el servicio completo'. Martínez escribe en su "Libro de los Espejos" que fueron las mujeres de la selva las que lo ofrecieron por primera vez, pero Roberto Prieto cree que más bien fueron las francesas quienes, amenazadas por la migración, colocaron eso en el 'menú'.
Los cuartos se hicieron más funcionales. Si antes disponían de mesas y un sofá donde conversar, con el tiempo los espacios fueron tan angostos que apenas alcanzaba una cama y una tina. Un cuarto más chico obligaba al cliente a irse más rápido. El acto sexual no debía tardar más de diez minutos. Nuevamente intentaron organizarlas en el Callao, al final de la avenida Argentina. El Trocadero abrió sus puertas en 1976.
De esa época es 'Pilly', la prostituta más vieja de este burdel. Fue en estos años en los que comenzó a guardar cada una de las cajas de condones que usaba en noches de amor agonizante. "Antes todo era más fácil, el cliente llegaba y se iba rápido, después, cuando se difundieron y abarataron las revistas pornográficas, estos llegaban y le pedían a una cada cosa... Por eso tuvimos que poner tiempos, el negocio ya no daba", repasa en su memoria.
Martínez señala que "en el Perú, los burdeles cambiaron al mismo ritmo de la bohemia. Ya no hay bohemia y ya no existen tampoco burdeles. Lo que existe ahora son lugares donde el acto sexual se realiza en privado. Antes, los clientes se conocían, dialogaban. Nadie iba solo a un burdel. Se iba en grupo".
El Trocadero persiste, la clientela no. "El negocio está en las calles", dice 'Pilly'. En las calles de todas las ciudades las muchachas dividen sus noches por tarifas. Como ese cartel que dice "Sin apuro": 30 soles. O como la muchacha que le dice al oído a un noctámbulo visitante de la selva: "El amor es solo un ratito". El burdel ha muerto.
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