ESPECIAL. MEDIO AMBIENTE
El Comercio
22 de diciembre de 2009
Los problemas con las emisiones contaminantes no son nuevos, pues datan desde el siglo XIX. Ya entonces se hablaba de sus efectos nefastos para nuestro planeta
Por: Tomás Unger
A pesar de las campañas financiadas por intereses ligados al petróleo, el mundo ya no puede ignorar el cambio climático. La reunión de Copenhague ha servido para tratar de cuantificar su costo, tanto de adaptación como de mitigación. Adaptarse supone, por ejemplo, proteger a las poblaciones costeras del alza del nivel de los océanos. Mitigar supone reducir la emisión de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento. Ambas acciones tienen un costo.
El mayor gasto de adaptación será en los países pobres y el de mitigación en los países ricos. China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero, por un lado enfrenta consecuencias de país pobre, pero también deberá tomar medidas de mitigación de país rico. Los principales emisores: China, EE.UU. y la Unión Europea, deberán ponerse de acuerdo sobre la cuenta y cómo la dividen. Ya se sabe que la cuenta ascenderá a cientos de miles de millones que, al recapitular los antecedentes, hay indicios de que este costo pudo haberse reducido, si no evitado.
LOS PRIMEROS AVISOS
Al comenzar el siglo XIX la población mundial alcanzó los primeros mil millones, en plena revolución industrial cuyo combustible era el carbón. En 1824, cuando las grandes chimeneas eran símbolo de progreso, el famoso físico francés Joseph Fourier * describió el efecto invernadero: “La temperatura de la Tierra puede aumentar por la interposición de gases en la atmósfera, porque el calor en forma de luz encuentra menos resistencia para penetrar que el calor para salir”. Varios científicos se ocuparon del tema, pero fue el físico sueco Svante Arrhenius quien en 1896 advirtió que la era industrial, con su combustión masiva de carbón, causaría un “efecto invernadero de factura humana” y calculó el aumento en grados por cada duplicación del CO2 en la atmósfera.
Las cifras de Arrhenius son sorprendentemente cercanas a las calculadas hoy. Cuatro años más tarde, otro sueco, Knut Angstrom** descubrió que, en ciertas condiciones, aun las trazas de CO2 absorben fuertemente parte de la radiación infrarroja. En 1927, al morir Arrhenius, las emisiones de CO2 de combustibles fósiles alcanzaron mil millones de toneladas y la población mundial dos mil millones.
Las observaciones del físico sueco no pasaron inadvertidas a un ingeniero e inventor inglés, quien recopiló datos en más de ciento cuarenta estaciones alrededor del mundo, para mostrar que la temperatura global estaba subiendo. A partir de 1938 hasta 1964, año en que murió, Guy Callendar escribió 25 artículos científicos para advertir sobre el calentamiento global que, bautizado efecto Callender, fue ignorado por los meteorólogos.
TOMA DE CONCIENCIA
A partir de 1955, el físico canadiense Norman Gilbert Plass usó el trabajo de Callender. Plass, que trabajó en las universidades de Harvard, Princeton y Texas A&M, calculó el impacto del efecto invernadero. Según sus cálculos, una duplicación del CO2 en la atmósfera elevaría la temperatura global entre 3° C y 4° C. Mientras tanto, el físico D. Keeling diseñó e instaló en el monte Mauna Loa en Hawái, y en la Antártida, un aparato para medir la concentración de CO2 en la atmósfera. El observatorio, que funciona hasta hoy, fue el primero en comprobar el incremento del gas. Paralelamente, la población de la Tierra alcanzó tres mil millones.
Poco después de la muerte del presidente Kennedy, un grupo de científicos presenta al mandatario Johnson un documento que califica el calentamiento global como un asunto realmente preocupante. Pasan siete años hasta la Conferencia del Medio Ambiente de 1972 en Estocolmo, en que se da prioridad a otros temas pero se crea el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el UNEP. Tres años más tarde la población del planeta alcanza cuatro mil millones y en 1987 cinco mil millones.
Mientras tanto, un grupo de científicos y meteorólogos comienza a unir esfuerzos para estudiar los fenómenos observados. El doctor Wallace Smith Broecker, del Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Columbia, Nueva York, publica un trabajo sobre el calentamiento global. El término queda. Más adelante, la preocupación por el hueco en la capa de ozono da lugar en 1988 al Protocolo de Montreal, que enfrenta con éxito el reto de los CHC (clorofluorocarbonos), destructores del ozono.
DEL IPCC A KIOTO
A partir de Montreal, la Organización Meteorológica Mundial (WMO) y el UNEP crean el Panel Internacional para el Cambio Climático (IPCC). Al año siguiente, 1989, las emisiones de combustibles fósiles alcanzan seis mil millones de toneladas. Un año más tarde el IPCC publica su primer informe, que confirma el calentamiento y pronostica un aumento. En 1992 se lleva a cabo la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, también conocida como la Cumbre de la Tierra, con la participación de 172 países. Se toman diversos acuerdos que finalmente no comprometen.
Tres años más tarde el IPCC produce su segundo informe que atribuye la responsabilidad del cambio climático directamente a la actividad humana. Además confirma las cifras del calentamiento, las extrapola y hace proyecciones. Esto da lugar al Protocolo de Kioto, firmado en 1977 por 187 países, menos Estados Unidos, en ese momento responsable del 36,1% de las emisiones. Los demás países desarrollados se comprometen a bajar sus emisiones en 5% entre el 2008 y el 2012. El milenio termina con seis mil millones de habitantes.
EL NUEVO MILENIO
El tercer informe del IPCC, presentado en el 2001, es más categórico en sus afirmaciones y más pesimista en sus proyecciones. Presenta proyecciones en las que, de no tomarse medidas preventivas, el calentamiento en la segunda mitad del siglo puede tener consecuencias catastróficas. Mientras el Protocolo de Kioto pasa a ser ley en los países firmantes, aparece un documento de 700 páginas sobre el calentamiento global, encargado por el Gobierno Británico al economista Nicholas Stern. El informe hace un análisis detallado de las consecuencias del calentamiento y calcula su costo: 20% del producto bruto interno mundial; detenerlo costaría el 1%.
En el mismo 2006, las emisiones de la combustión de hidrocarburos alcanzan ocho mil millones de toneladas. Al año siguiente el IPCC confirma todas sus afirmaciones y recibe, con Al Gore, el Premio Nobel de la Paz. El mismo año hay una reunión en Indonesia, que adopta los Acuerdos de Bali, para preparar un compromiso que preceda a Copenhague. Mientras tanto, los aparatos puestos por David Keeling en Mauna Loa y la Antártida muestran que la concentración en la atmósfera ha pasado de 315 partes por millón (ppm) a 380 ppm. Para entonces Tony Blair, en su calidad de presidente del G-8 y de la Unión, ha declarado el cambio climático de primera prioridad para la Unión Europea.
LA SITUACIÓN HOY
Un total de 192 países se han reunido en Copenhague y el resultado aún no es claro de quién va a hacer qué, y sobre todo quién lo va a pagar. Lo que es claro, al menos para mí y los representantes de los 192 países, es que el cambio climático es una realidad que amenaza con una secuencia de desastres naturales que comenzarán afectando al Tercer Mundo y luego a sus causantes del primero. Lo que me preocupa, aunque ya no estaré para ver los resultados, es que muchos de los que hoy toman las decisiones, tampoco estarán para sufrir sus consecuencias.
(*) Jean-Baptiste-Joseph Fourier (1768-1830) es famoso por su descomposición de funciones periódicas en las llamadas series de Fourier.
(**) Knut Johan Angström (1857-1910) era hijo de Anders Jonas Angström (1814-1874) y en cuyo honor se estableció la medida para dimensiones atómicas (1 Å = 10-10 m).
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