sábado, 9 de enero de 2010


Woodstock: El Último Verano


40 años de Woodstock

El Comercio
15 de agosto de 2009

HACE 40 AÑOS, CIENTOS DE MILES DE JÓVENES ASISTIERON A UNO DE LOS MÁS GRANDES CONCIERTOS PARA DECLARAR SU AMOR AL PRÓJIMO Y SU BÚSQUEDA DE IGUALDAD

Woodstock, el cliché, ha sobrevivido al paso del tiempo de la peor manera posible: como un recordatorio, casi una advertencia, del sino y el fracaso colectivo de una generación que fundamentó sus ideales en pilares que hoy nos resultan tan ajenos, ingenuos y distantes como esas imágenes de “hippies” barbudos y calatos que solemos asociar con el más legendario de todos los festivales musicales.

Pero hoy que se celebra el cuadragésimo aniversario de ese encuentro multitudinario y caótico, valdría la pena rescatar todo lo bueno que dejaron Woodstock, los “hippies” y, sobre todo, los artistas más emblemáticos de ese encuentro musical a la cultura popular de un planeta que jamás volvió a abrazar con tanta convicción, como entonces, los inciertos ideales de paz y amor que estimulaban las drogas y las canciones más consumidas de aquellos años.

Había guerra en la atmósfera, pero el olor de la pólvora, el agente naranja y la bomba podían ser camuflados con otras clases de olores, con otras formas de convivir en sociedad, con otros sonidos, más amables y perdurables, como los que provenían de una guitarra distorsionada que escupe una versión apocalíptica del Himno Nacional de Estados Unidos o de la voz imperfecta pero hermosa de una mujer que se negaría a vivir más allá de los 27 años. Woodstock es un cliché, eso está claro. Pero uno que valdría la pena recuperar.

Los estertores de una década


EL FESTIVAL DE MÚSICA Y ARTES DE WOODSTOCK FUE EL ÚLTIMO ALARIDO DE LA CONTRACULTURA “HIPPIE” DE LOS AÑOS SESENTA: UN ENCUENTRO MASIVO Y CAÓTICO QUE REPRESENTÓ LA CÚSPIDE DEL “FLOWER POWER” Y, AL MISMO TIEMPO, SU ACTA DE DEFUNCIÓN

Por: Raúl Cachay A


Jimi Hendrix, Janis Joplin, Sly & The Family Stone, The Who, Jefferson Airplane Todos esos nombres forman parte de la historia grande de una edad casi fundacional para la música pop, y todos ellos, junto con muchos otros (entre buenos, malos y feos), formaron parte del cartel del Festival de Música y Artes de Woodstock como para redondear la instantánea perfecta de un momento irrepetible.

Y, aunque también hubo ausencias notorias, como las de los entonces omnipotentes Rolling Stones y el enorme Bob Dylan (para no mencionar a Led Zeppelin, The Doors, The Byrds y Joni Mitchell, que rechazaron la invitación al festival por razones de diversa índole), la pertinencia de Woodstock radica también en el carácter siempre transitorio de las corrientes musicales y artísticas: aquellos tres días de paz, amor y música fueron también el estertor final de una generación que buscó cambiarlo todo, pero que terminó dándose de bruces con una realidad todavía más espantosa que la actual.

Al circo pacifista que se experimentó entre el barro y el rock a lo largo de aquellas jornadas agotadoras (muchos no tienen un recuerdo precisamente grato del festival, sobre todo por las carencias alimentarias e higiénicas del lugar y, hay que decirlo, la mala calidad del LSD, algo que quedó inmortalizado en las exhortaciones lanzadas desde el estrado por un espontáneo locutor: “¡No consuman el ácido marrón!”), sobrevino el desencanto y la muerte: meses después, el también masivo Festival de Altamont, con los Stones como acto estelar y los temibles Ángeles del Infierno al cuidado de la seguridad de los asistentes (¡!), terminó con un resultado ciertamente trágico (un espectador asesinado por los propios Hell’s Angels y cientos de miles traumatizados por el caos y el desorden que estigmatizaron aquella velada).

Y luego ocurrió lo peor: las sucesivas muertes de Joplin y Hendrix como consecuencia de su irresponsable vínculo con las sustancias ilícitas.

UN MOMENTO IRREPETIBLE


Como escribe Gerardo Manuel —un testigo de excepción— en su blog Disco Club, “Woodstock no fue el primer megafestival de la historia del rock, pero sí el más trascendental de todos”. Claro, antes estuvo Monterrey, por ejemplo, otro festival imprescindible por la calidad de los artistas que se presentaron en él y la potencia de sus recitales, pero nada podría compararse a lo que se experimentó en Woodstock: allí, la música fue muy importante, no cabe duda, pero lo verdaderamente imprescindible era estar ahí, participar en esa suerte de liturgia colectiva, una celebración pagana con más de 400 mil personas tratando de sublimar una realidad a todas luces exasperante.

“Para muchos de los que estuvieron en el festival, más allá de lo que ocurriera en el escenario, simplemente sentarse y unirse a la gigantesca multitud fue toda una revelación. Fue la prueba de que no éramos una minoría insignificante, sino miembros de una cultura más grande. O, para usar este término cariñoso, de una contracultura”, asegura Jon Pareles, crítico musical de “The New York Times”, el único medio que envió un corresponsal para que cubriera el festival.

TODO CAMBIA

¿Qué queda, entonces, del llamado espíritu de Woodstock? Pues poco y nada.

Queda la maravillosa película ganadora del Óscar al mejor documental de 1970, que acaba de ser reeditada y ampliada para el deleite de los hijos y los nietos de los “baby boomers”. Queda el recuerdo de los que, en efecto, lograron llegar a la localidad neoyorquina de Bethel antes del 15 de agosto de 1969, que cada vez son más: en Estados Unidos, todos los “hippies” del ayer, esos que hoy peinan canas mientras desempolvan sus viejos vinilos de Joe Cocker y Country Joe, aseguran que estuvieron en Woodstock, aunque no estén en condiciones de probarlo.

Hace diez años, a propósito del trigésimo aniversario del festival, algunos de los organizadores del Woodstock primigenio decidieron “recuperar” la esencia de aquel encuentro con un festival de características similares.

Pero todo salió mal: en la antigua base aérea de Rome, en Nueva York, la paz fue reemplazada por la violencia y los saqueos, el nudismo sobre el barro se transformó en una caterva de chiquillas embriagadas mostrando sus senos a las cámaras de televisión y, especialmente, la música fue suplantada por los vacuos berrinches de oligofrénicos comprobados como Fred Durst, (cantante de Limp Bizkit) y Kid Rock. Ya no hay lugar para el espíritu de Woodstock.

Pero eso no importa: siempre podremos buscar una pequeña ayuda de nuestros amigos para ser felices.

EL DATO
Woodstock en Lima
El Cartel Marambio, fundado por el líder de Tierra Sur, ha organizado en Lima un recital para conmemorar los 40 años del festival de Woodstock. El concierto se llevará a cabo el viernes 28 de agosto en La Noche de Barranco, y se anuncia la participación de diversos músicos invitados. Todo empezará a las 11 p.m. y las entradas costarán 25 soles. Imperdible.


No hay comentarios:

Publicar un comentario