El Comercio
Todos fuimos berlineses
08 de noviembre de 2009
Por: Jorge Moreno Matos Periodista
El historiador inglés Laurence Rees ha dicho que resulta una paradoja cruel cómo, con el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, la libertad llegó solo para la mitad de Europa y para la otra mitad lo que le deparó la victoria fue cambiar “sin más, el imperio de un tirano por el de otro”.
Para entender la historia del Muro de Berlín y de por qué se construyó hay que verla desde esta perspectiva: que la guerra acabó para millones recién el 9 de noviembre de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín.
LA EUROPA DE YALTA
Entre el 4 y el 11 de febrero de 1945, se reúnen en Yalta (Crimea) Roosevelt, Churchill y Stalin, los Tres Grandes, con el propósito de definir lo que será la Europa después de la guerra. En la conferencia se decide la división de Alemania y su capital, Berlín, en cuatro zonas aliadas, además de la persecución del nazismo, el enjuiciamiento de los criminales de guerra y la desmilitarización alemana.
A Yalta se llega con la firme convicción de no imponerle a Alemania otro Tratado de Versalles, como en 1919, que engendre a su vez otra guerra. Prueba de ello es que se desestima el absurdo Plan Morgenthau, un proyecto que pretende desmantelar toda la capacidad industrial alemana y convertirlo en un país agrícola. Pero para los rusos esto es letra muerta. El Ejército Rojo, en su triunfal camino hacia Berlín, va desmantelando y envía a Rusia todas las fábricas que puede. Es el primer indicio de lo que vendrá.
Tras la capitulación de Alemania, el 8 de mayo, se reúnen nuevamente en Postdam —del 17 de julio al 2 de agosto de 1945— los Tres Grandes. Y, aunque se reafirman los principios de Yalta, Stalin ya da muestras de que no cumplirá uno solo de los puntos acordados. Es evidente que está empecinado en acrecentar su influencia en Europa Occidental y en mantener la que ya ha impuesto a la fuerza en el este. El “telón de acero” del que habló Churchill en su famoso discurso en Fulton, en 1946, se ha discurrido de un lado a otro de Europa y tardará 45 años en desaparecer.
Es el inicio de la Guerra Fría.
APUNTE INTERNACIONAL
Una lección para tomar en cuenta
Por: Carlos Novoa
La historia cambió hace veinte años, qué duda cabe. La caída del Muro de Berlín fue un simbolismo del final de la Guerra Fría, aquel enfrentamiento entre dos sistemas diametralmente opuestos: el capitalismo y el comunismo.
Esta efeméride ha sido un pretexto para recordar, refle-xionar, interpretar, analizar y proyectar el significado del fin de un mundo bipolar en el que las dos grandes potencias —Estados Unidos y la Unión Soviética— medían su correlación de fuerzas con un despliegue económico y militar en diversos rincones del mundo.
En esta ocasión, El Comercio dedica este suplemento Zona Mundo al análisis del contexto en el que ocurrieron los hechos.
No solo se ha consultado a testigos o expertos en el tema, sino que se organizó una mesa redonda con la participación de embajadores de los países involucrados en el antes y después de la caída del Muro de Berlín.
Alemania ahora es un país unificado. Veinte años después el debate continúa y la reunificación ha dejado tareas pendientes que los propios alemanes intentan resolver desde diferentes perspectivas.
El mundo asiste hoy a una suerte de encuentro de reflexión, acaso en el diván del contexto internacional, para recordar lo ocurrido en Berlín hace dos décadas.
La amenaza de guerras entre naciones a partir de posturas totalitarias tal vez se esfumó hace veinte años. Sin embargo, el mundo no es un lugar seguro hoy.
Los enemigos de la paz asoman con otro tipo de disfraces, envueltos en mantos étnicos o falsamente religiosos.
Algunos analistas internacionales creen que el llamado choque de civilizaciones —planteado por Samuel Huntington desde su cátedra en la Universidad de Harvard— es un mito, porque lo que existe es un choque de poderes y no otra cosa.
Es por eso que no podemos dar la espalda a las enseñanzas que nos dejaron aquellos aciagos años de ideologías totalitarias.
Uno de los principales actores de lo que significó la caída del comunismo fue Mijaíl Gorbachov, último dirigente de la Unión Soviética. Con la introducción de la perestroika (reestructuración) y glasnost (transparencia) se dieron las primeras pautas de lo que sería el gran cambio en el orden mundial.
Precisamente, a propósito del aniversario de la caída del Muro de Berlín, Mijaíl Gorbachov reflexiona sobre el presente. “Desafortunadamente, a lo largo de las dos últimas décadas, el mundo no se ha vuelto un lugar más justo: las disparidades entre la pobreza y la riqueza incluso se incrementaron, no solo en los países en desarrollo, sino también dentro de las propias naciones desarrolladas”.
Sin duda, un resumen que pone el dedo en la llaga sin ningún tipo de ambages.
EL MUNDO DESPUÉS DEL MURO
De la Guerra Fría a la guerra preventiva
La reunificación alemana vino de la mano con el colapso de la Unión Soviética, la caída de los regímenes comunistas, y dejó a EE.UU. como la única potencia mundial
Por: Roger Zuzunaga Ruiz Periodista
La caída del Muro de Berlín no solo terminó con la división de Alemania, también hizo desaparecer a la entonces moribunda Unión Soviética y fortaleció a EE.UU. en el escenario internacional. El mundo bipolar de la posguerra dio paso al mundo unipolar, donde un solo país se erigió como el vigía de la libertad y la democracia. Pero en el balance, el nuevo escenario no fue sinónimo de tiempos de paz, como muchos esperaban.
Con una URSS debilitada, que finalmente desaparece en 1991 para dar paso a la Federación Rusa, el destino de los regímenes comunistas de Europa del Este estaba sellado y uno a uno fueron cayendo.
El proceso de desintegración de la Unión Soviética, germinado en 1985 tras las reformas iniciadas por Mijaíl Gorbachov, se fue plasmando a partir del 9 de febrero de 1991, cuando Lituania optó por su independencia mediante un referéndum. Dos meses después, el 3 de marzo, los ciudadanos de Letonia y Estonia votaron por la autodeterminación. El 9 de abril del mismo año, Georgia se declaró independiente.
El 8 de diciembre de 1991 nace la Comunidad de Estados Independientes, formada por las otrora repúblicas soviéticas de Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Uzbekistán, además de Ucrania y Turkmenistán como estados asociados.
En cuanto a los regímenes comunistas de Europa del Este, estos siguieron el mismo proceso. Polonia tuvo sus primeras elecciones libres el 27 de mayo de 1990, gracias al decisivo rol que jugó el Sindicato Solidaridad liderado por Lech Walesa. Hungría hizo lo propio el 25 de marzo del mismo año, al igual que Rumanía, el 20 de mayo de 1990. Bulgaria, que vio caer al dictador Todor Jivkov el 10 de noviembre de 1989 tras mantenerse en el poder durante 35 años, celebró elecciones libres el 10 de junio de 1990. En tanto, Albania lo hizo el 31 de marzo de 1991.
Otra consecuencia fue la división de Checoslovaquia. El 17 de noviembre de 1989 se produjo la denominada Revolución del Terciopelo. Aquel día, el régimen comunista reprimió con dureza una manifestación estudiantil. Ello causó que se multiplicaran las protestas. Finalmente, el 24 de noviembre de 1989 cayó el régimen y el 8 de junio de 1990 se llevaron adelante las primeras elecciones libres. Dos años después, el 20 de junio de 1992, Checoslovaquia se divide en dos estados: República Checa y República Eslovaca.
Otro país que se desmembró fue Yugoslavia. El 25 de junio de 1991 Croacia y Eslovenia proclamaron su independencia. Bosnia-Herzegovina hizo lo propio el 6 de abril de 1992. El 27 de abril del mismo año, Serbia y Montenegro forman la República Federal Yugoslava. Pero el 3 de junio del 2006, tanto Serbia como Montenegro se declaran estados independientes.
De manera paralela, una serie de guerras relacionadas con temas políticos, económicos, étnicos y hasta religiosos desangró a Yugoslavia entre 1991 y el 2001. Hoy los crímenes que se perpetraron en estos conflictos, además del genocidio en Ruanda y las matanzas en Timor Oriental son juzgados en tribunales internacionales, una señal de que en materia de derechos humanos hubo avances.
La doctrina de la guerra preventiva vino de la mano de EE.UU. tras los atentados del 11 de setiembre del 2001. Este país invadió ese año Afganistán e Iraq en el 2003, bajo el argumento de que un ataque terrorista hacia su territorio era inminente.
Pasaron ocho años desde la invasión a Afganistán y, lejos de dejar el país, EE.UU. se dispone a enviar más tropas. En Iraq, a seis años de su invasión, hasta ahora no se hallan las armas de destrucción masiva que el gobierno de George W. Bush dijo que había. Veinte años después de la caída del muro, solo en Eurasia han nacido 25 nuevos estados y varios países del otrora Pacto de Varsovia hoy forman parte de la OTAN.
La ruleta de Wall Street
Además de posicionar a Estados Unidos como la mayor potencia militar del planeta, la caída del Muro de Berlín fortaleció, por muchos años, la imagen de este país como símbolo del progreso económico. Hasta que llegó la crisis financiera.
Por años, Wall Street se hizo de la vista gorda ante el silencioso problema que iban engendrando sus novedosos productos financieros que generaban ganancias a raudales. Pero bastó con el colapso, a mediados del 2008, de los más grandes bancos hipotecarios para tener conciencia de la realidad: EE.UU. estaba en recesión desde el 2007 (de la cual no sale hasta la fecha). La Unión Europea también entró en recesión y las 20 mayores potencias del mundo buscan hoy imponer mayores controles al sistema financiero mundial.
Con la fuerza del miedo
Cuando Alemania se rinde ante los aliados el 8 de mayo de 1945, no solo llega a su fin el Reich de los Mil Años, que solo duró 12. También es el inicio de un mundo bipolar, del enfrentamiento este-oeste. De la Guerra Fría.
Por: Jorge Moreno Matos Periodista
En los meses y años siguientes las fricciones entre los viejos aliados se volverán cada vez más tensas. La creciente desconfianza de los aliados occidentales con la antigua Unión Soviética, tendrá como escenario principal a Alemania y su capital.
En 1948, los soviéticos manifiestan su intención de incorporar Berlín a Alemania Oriental. Los gobiernos occidentales se oponen y Berlín queda dividida en dos: una comunista y otra democrática.
Como respuesta, los soviéticos, deseosos de expulsar de una vez a los occidentales de Berlín, urden el plan de someter a sus habitantes por el hambre, lo que obligará a los primeros a abandonar la ciudad. Cierran todos los accesos que controlan y aíslan por completo a la ciudad. Los aliados responden con un puente aéreo que sostendrán durante un año, a razón de un avión cada dos minutos aterrizando en los aeropuertos berlineses para avituallar a la ciudad mártir.
Luego, el 23 de mayo de 1949, sobre la base de los sectores bajo control occidental, se funda la República Federal de Alemania (RFA), con Bonn como capital. La respuesta es la creación de la República Democrática de Alemania (RDA) el 7 de octubre de ese mismo año sobre el territorio bajo control soviético y con Berlín como capital. Al ingreso de la RFA a la OTAN, en mayo de 1955, Moscú responde con la creación del Pacto de Varsovia.
Mientras tanto, son miles los alemanes que durante esos años abandonaron la RDA hacia la libertad. Se calcula que para 1956 un millón han abandonado el paraíso socialista. Y en 1961, año de la construcción del muro, la cifra será de casi 3 millones. Una sangría de mano de obra que el comunismo no se puede permitir.
MURO DE LA VERGÜENZA
A los severos controles fronterizos y de circulación de los berlineses de un lado a otro se sumarán las alambradas de púas. El gobierno de Alemania Oriental aprieta el cerco.
En marzo de 1961, Walter Ulbricht, gobernante de la RDA, le propone a Kruschev la construcción de un muro que cruce la ciudad, pero este la rechaza. Ulbricht tiene el suficiente empacho de declarar en junio ante la prensa: “Nadie tiene la intención de erigir un muro”.
La mañana del 13 de agosto de 1961 empezará la construcción ante los atónitos berlineses que esperan que los gobiernos occidentales hagan algo. Por si las dudas, Kruschev ordena que el muro sea levantado por etapas, primero con alambrada de púas y luego con hormigón. Pero Occidente no hace nada, no reacciona.
Durante los próximos 28 años, 239 alemanes orientales perderán la vida al tratar de burlar a los 600 guardias fronterizos, las 300 torres de vigilancia y las alambradas electrificadas de los 155 kilómetros de longitud y tres metros de altura del muro.
Llamado “medida de protección antifascista” o “muro de la vergüenza”, se convirtió en el símbolo más expresivo de la Guerra Fría.
EL FIN DE LA EUROPA DE YALTA
La llegada al poder en la Unión Soviética, en marzo de 1985, de Mijaíl Gorbachov, y con él de la perestroika (reestructuración) es el principio del fin. Gorbachov sabe muy bien que la crisis económica que atraviesa el país hace imposible seguir sosteniendo la ficción de gran potencia. Las reformas que impulsa causarán la desaparición de la URSS.
A principios de 1989, los países tras la Cortina de Hierro empiezan a desentenderse de la tutela de Moscú. En Alemania las exigencias de cambios y reformas son muchas. Cada semana, desde principios de año, se suceden las manifestaciones.
En Leipzig las protestas son multitudinarias, pero el Gobierno se niega a escucharlas. Para contentarlos, Erich Honecker, jefe del Estado, es defenestrado el 18 de octubre y sustituido por Egon Krenz. Es el mismo Egon Krenz quien se apresuró a felicitar a la cúpula china por la matanza de Tiananmen y a proponer una solución “a la china” cuando empezaron las primeras manifestaciones en las ciudades alemanas. “El Ejército soviético no actuará contra la población”, le responde Moscú, preocupada como está en sus propios problemas. La RDA ya está herida de muerte.
El 2 de mayo, el Gobierno Húngaro retira la alambrada que delimita su frontera con Austria. Entonces, miles de alemanes orientales aprovechan para irse de “vacaciones” a Hungría. A pesar de las amenazas de la RDA, el 10 de setiembre Hungría abre su frontera con Austria. Durante los próximos días, 15 mil alemanes orientales cruzarán la frontera. A fin de mes, otros cuatro mil lo harán por Checoslovaquia.
El 4 de noviembre, una manifestación de medio millón de personas en el corazón de Berlín Oriental exige cambios. Y estos se dan precipitadamente, pero en el sentido que nadie previó, que nadie vio venir.
El régimen de Krenz intenta su propia perestroika y propone medidas para facilitar pasaportes y visados a Occidente. En la mañana del 9 de noviembre aprueba la libre circulación entre las dos Alemanias, medida que es anunciada, por la tarde, en una conferencia de prensa transmitida por radio y televisión. “Los viajes privados al extranjero se pueden autorizar sin cumplir requisitos”, anuncia el portavoz del Gobierno, Günter Schabowski.
“¿A partir de cuándo?”, preguntó un periodista italiano.
“De inmediato”, responde.
En las siguientes horas, cientos de alemanes orientales se irán congregando en los siete puntos fronterizos del muro. Los guardias, que no habían recibido órdenes al respecto, no saben qué hacer. A medida que pasa el tiempo, son ya miles los que rodean el muro. A las 11:30 de la noche, el paso es abierto por fin en el punto de Bornholmerstrasse. El muro es ahora solo un mal recuerdo.
La Europa que había surgido en Yalta ha llegado a su fin.
Ese día todos fuimos berlineses.
El día que acabó el siglo XX
La noche del 9 de noviembre, y en los días siguientes, miles de berlineses de ambos lados empezaron, con cinceles y martillo en mano, a llevarse un pedazo de historia a sus casas.
El periodista español J.M. Martí Font, que se encontraba en Berlín aquellos días, cuenta que detuvo a un alemán oriental que se dirigía al otro lado y le preguntó que haría si cerraban el muro otra vez. Y la respuesta fue: “Esto ya no vuelve a cerrarse nunca más. Esto se acabó”.
Nadie sospechó que el muro caería de manera tan estrepitosa y rápida. Un año después, las dos Alemanias se reunificaban. El presidente checo, Vaclav Havel, resumió como nadie la sensación de aquellos días en una frase: “No tuvimos tiempo ni de sorprendernos”.
Martí Font escribió que ese día acabó el siglo XX.
LA GUERRA FRÍA SE PONE CALIENTE
El 22 de octubre de 1961 fue uno de los días más tensos en la historia del Muro de Berlín. En una demostración de fuerza, tanques soviéticos se apostaron en el puesto fronterizo conocido como Checkpoint Charlie. En respuesta, tanques estadounidenses se ubicaron frente a ellos, al otro lado del muro, a menos de 80 metros de distancia y con la munición cargada. La tensión duró 17 horas.
PUNTO DE VISTA
El Muro de Berlín cayó sobre las pitonisas
Por: Farid Kahhat Internacionalista
Imagine que usted viaja en el tiempo hasta enero de 1989, y consigue reunir a los académicos más renombrados en relaciones internacionales para oír la siguiente predicción: en noviembre de este año caerá el Muro de Berlín. No contento con eso, decide añadir los siguientes presagios: la caída del muro dará inicio a un proceso que, en poco más de un año, conducirá a la reunificación de Alemania, la disolución del Pacto de Varsovia, la desaparición del comunismo en Europa y la disolución de la propia Unión Soviética. ¿Cómo cree que habrían reaccionado las eminencias allí reunidas ante tales augurios? Lo más probable es que se hubiesen negado a dignificar esa retahíla de dislates con una respuesta. Y, sin embargo, como sabemos, todo ello ocurrió sin que nadie pudiera preverlo.
La esencia presuntamente inmutable del totalitarismo comunista era precisamente el argumento al que apeló Jeane Kirkpatrick para justificar el respaldo a regímenes autoritarios durante la administración Reagan: a diferencia de aquellos, estos últimos solían tolerar vestigios de una sociedad civil autónoma, y permitían la creación de un poder económico independiente del Estado. El totalitarismo, en cambio, siguiendo la definición de Hannah Arendt, se basaba en la atomización social: los mecanismos de control del Estado se extendían de manera capilar por el conjunto de la sociedad, impidiendo a sus integrantes cualquier nivel de organización independiente. Pero los regímenes autoritarios no solo eran pasibles de una transformación evolutiva, solían ser además conservadores: presionarlos para forzar una transición democrática podría provocar convulsiones sociales que tuvieran como efecto no deseado su transformación en regímenes totalitarios. Con lo cual no solo desaparecía cualquier posibilidad de que se convirtieran algún día en democracias, sino que, además, EE.UU. perdía un aliado en la contención del comunismo. Lo único sensato era, pues, esperar a que el proceso de modernización rindiera frutos, y que esas sociedades se democratizaran a su propio ritmo.
Todo lo cual ignoraba sucesos como la revuelta húngara de 1956 o la Primavera de Praga en 1968: como descubriría en los años 90 la literatura sobre las transiciones democráticas, también bajo regímenes comunistas podían producirse fisuras en la cúpula del poder, las cuales a su vez abrían resquicios inéditos para la organización autónoma de la sociedad. De hecho, los disidentes dentro de la élite gobernante promovían ese tipo de organizaciones para buscar su apoyo frente a sus rivales políticos.
Así como nadie pudo prever a principios de 1989 el radical cambio de época que estaba a punto de iniciarse en Europa, tampoco tuvieron mayor suerte quienes quisieron prever sus consecuencias. Por ejemplo, cuando Bill Clinton era candidato a la presidencia de Estados Unidos resumió su balance personal de la historia reciente en la siguiente oración: “La Guerra Fría ha culminado, y la ganó Japón”. Ese era el caso presuntamente porque, a diferencia de Estados Unidos y la Unión Soviética, ese país no había dilapidado sus recursos en una desbocada carrera armamentista. Meses después, cual presa de una maldición gitana, Japón caía en una recesión que habría de durar toda la década del noventa, y está hoy ad portas de ser desplazado por China como la segunda economía del mundo.
(*) CATEDRÁTICO DE LA PUCP
MESA REDONDA SOBRE LA CAÍDA DE LA CORTINA DE HIERRO
"Fue el día de la libertad en la cara"
La caída del Muro de Berlín marcó el fin de una etapa (del mundo bipolar y la vía comunista) y el inicio de otra (de hegemonía de la globalización y la democracia liberal). Generó impresionantes cambios políticos, sociales y económicos. ¿Cuáles fueron sus causas y consecuencias? ¿Quiénes sus capitales protagonistas? El Comercio organizó una mesa redonda para reflexionar sobre estos temas con los embajadores de EE.UU., Michael McKinley; de Rusia, Mijaíl Troyansky; de Polonia, Przemyslaw Marzec; de Alemania, Christoph Müller; el nuncio apostólico del Perú, Bruno Musaró; y los internacionalistas Fabián Novak y Farid Kahhat.
¿Por qué fue tan importante en la historia universal?
Después de la Segunda Guerra Mundial, es la fecha más significativa de cambio de una era histórica en el siglo XX.
“El 9 de noviembre marcó un cambio fundamental en un mundo que ya se estaba globalizando, en cuestiones de ideología, en cómo tratar el tema de las armas nucleares, las alianzas militares, económicas, políticas”, expresó el embajador de EE.UU., Michael McKinley, al enfatizar la relevancia universal de este hecho al inicio de la mesa redonda.
Mijaíl Troyansky, embajador de Rusia, estuvo de acuerdo con su par estadounidense, su ex rival de la Guerra Fría: “Marcó la caída de las dictaduras, del sistema unipartidario, de la falta de la libertad… Como dijo nuestro presidente Putin: el pueblo alemán era rehén de la lucha entre dos superpotencias, de la Guerra Fría entre dos mundos opuestos. Gracias a Dios ese tiempo ya pasó”.
Fue un suceso tan vital que aún seguimos viviendo las transformaciones positivas —y en algunos casos, negativas— del derribamiento de la Cortina de Hierro.
OTRO ORDEN MUNDIAL
Fabián Novak, director del Instituto de Estudios Internacionales de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), destacó su principal consecuencia en la historia universal: “Provocó la caída del comunismo, con su recorte de libertades ciudadanas y la transgresión de derechos fundamentales”. También ocasionó el surgimiento de un nuevo orden internacional con EE.UU. “como único líder político y militar”; y motivó no solo la reunificación alemana —y su posterior evolución como la principal potencia del Viejo Continente— sino la misma unificación de Europa.
El internacionalista Farid Ka-hhat, catedrático de la PUCP, señaló que fue una lección de humildad para quienes creían haber descubierto el devenir de la historia (los marxistas y los liberales “que tampoco lo hicieron ahora con la crisis económica”). “La caída del muro fue una gran anomalía, nadie podría prever que sucediera y que causaría en menos de año y medio la desaparición del pacto de Varsovia y la propia URSS”. Y hasta desapareció el comunismo en países que no eran parte del eje de Moscú: Yugoslavia, Albania, Rumanía: “Hubo un efecto de contagio”.
¿Cuáles fueron las causas decisivas que la originaron?
“No fue una casualidad. Fue parte de un proceso”, enuncia el embajador de Polonia, Przemyslaw Marzec. Antes hubo intentos de oponerse a la dictadura hegemónica soviética, como en 1958 en Hungría, en 1968 en Checoslovaquia, “pero la única sublevación pacífica que sí se pudo dar fue en Polonia En 1979 recordamos que Juan Pablo II dijo en la plaza de Varsovia: “No teman” Se dieron las famosas huelgas de Lech Walesa. La caída era inevitable, el sistema no podía soportarlo. Así, 1989 fue el año de los pueblos, recuerden que antes del 9 de noviembre, nosotros el 4 de junio ya teníamos elecciones semidemocráticas”.
El nuncio apostólico Bruno Musaró enfatizó la importancia del pontificado de Juan Pablo II, desde su elección en 1978, en la caída del bloque del este. Sus discursos y sus viajes en 1979 y 1983 a Polonia fueron determinantes “en el nacimiento de Solidaridad, un sindicato de trabajadores inspirados en una ética, en la religión católica Juan Pablo II sabía que el comunismo se desmoronaría, pero no esperaba que fuera tan rápido”.
EL PAPEL DE GORBACHOV
El embajador de Alemania, Christoph Müller, también remarcó que “no fue un hecho aislado, sino parte de una aventura más grande: la culminación del proceso de Solidaridad en Polonia y de la perestroika y el glasnot de Gorbachov”. Esta aventura fue parte de un drama mundial que se vivió al final con alegría, según Müller. El embajador de EE.UU. subraya a Mijaíl Gorbachov: “Sin un cambio de liderazgo en la URSS, era impensable un cambio así”.
El nuncio Bruno Musaró rememoró entonces que el 1 de diciembre de 1989 se dio el encuentro entre Gorbachov y el Papa en el Vaticano.
¿Qué consecuencias vivimos y hacia dónde va el mundo ahora?
El estadounidense Michael McKinley recordó que el cambio fue en todo el orbe: “También en América Latina. Por ejemplo, se produjo el retiro de tropas cubanas de África y en Asia sucedió el cambio [liberal] en sus economías Los cambios económicos en los años 80 ayudaron a cambios políticos y ya no existe debate entre sistemas, sino por el balance entre el Estado y el sector privado en cómo se beneficia al mayor número de la población, con énfasis en la democracia”.
Para el alemán Christoph Müller, la caída del muro demostró que “un país no se puede gobernar contra la voluntad de los pueblos, que los derechos humanos son parte de la condición humana, que la libertad no se puede oprimir a largo plazo, aunque por sí sola no garantiza estabilidad, sino requiere responsabilidad, instituciones. Y además mostró el fracaso del modelo económico del socialismo estatal para asumir una economía social de mercado que produce mejores resultados”.
EFECTOS NEGATIVOS
El polaco Przemyslaw Marzec reflexionó: “Cuando terminó la Guerra Fría, el mundo se hizo mucho mejor, pero aparecieron nuevos desafíos: quedó más unipolar y aparecieron fenómenos como estados fallidos y, sobre todo, el conflicto de los Balcanes: ¿Quién podría pensar que podríamos tener una guerra de las dimensiones graves en el corazón de Europa?”.
El ruso Mijaíl Troyansky muestra también una visión crítica, pues la caída del muro tuvo impactos penosos: “Se produjo el desmoronamiento de mi país, la pérdida de independencia en política exterior y la ruina de la política interior. Vino el capitalismo y pensaban que era el horno de la abundancia, que todo iba a caer desde el cielo. Pero llegó la desesperanza, bajo una dirección inepta y anárquica por una década. Mi país sufrió una reducción del 17% de territorio, y tenemos un enorme arsenal nuclear, el 95% junto con EE.UU., lo que es un asunto difícil. Pero las correcciones comenzaron con una nueva dirección, Putin y Medvedev. El país necesitaba a los jóvenes y enérgicos. Y si antes estábamos arrodillados, nos levantamos”.
PELIGRO DEL NACIONALISMO
El analista Farid Kahhat no ve la conveniencia de volver a un mundo multipolar, como se vivió en la primera mitad del siglo XX, la época de las colonizaciones y la Primera y Segunda Guerra Mundial. “La alternativa no es la multipolaridad, sino el multilateralismo, que el derecho internacional restrinja el accionar de los estados, y no prevalezca el más fuerte sino quien tenga la razón”. La otra vía es la peligrosa que propone el nacionalismo étnico y cultural, otro fenómeno desagradable tras la caída del muro.
Para el analista Fabián Novak, luego de que EE.UU. se convirtió en el único líder mundial político-militar, “la gran pregunta es: ¿cómo ejerce ese poder: con respeto al derecho internacional o con unilateralismo?”. Novak recuerda la política de defensa preventiva de George W. Bush, que no era admitida por el derecho internacional. También sostiene que las políticas internacionales de dicho país se ubicaron sobre un péndulo con Bush padre, Bill Clinton y Bush hijo. “Pero ahora Obama da esperanzas”.
Sobre Alemania: “La reunificación fue un proceso complicado y costoso, era un país de 60 millones de personas que recibe a 17 millones. Aún están presentes los problemas del empleo y la equidad entre este y oeste. Pero Alemania se ha levantado de las peores calamidades”.
Ni África se libró de las consecuencias: “Hasta 1989, gracias a las dos potencias, se mantenía un cierto orden y estabilidad, aunque de gobiernos de partido único. Luego de la caída de la URSS, EE.UU. pierde interés, y se desatan crisis en Ruanda, Sudán, Congo, Costa de Marfil”. Y en el ámbito de los organismos internacionales se da “un mayor protagonismo de la ONU, tiene más intervenciones, en más de 25 países con operaciones de paz”.
Novak estima que el mundo podría volverse hasta tripolar: “Está China, se calcula que en dos años será la segunda economía del mundo, desplazando a Japón. Y se habla de India y hasta de “Chindia”. Asia va a reemplazar a Europa como punto de gravedad del poder. Y se consolidarán los poderes regionales: Brasil, Alemania, Sudáfrica”.
Un diálogo sustancioso de ideas
La mesa redonda sobre el aniversario 20 de la caída del Muro de Berlín se llevó a cabo el martes 3 de noviembre en las instalaciones del diario El Comercio. Participaron los embajadores de Estados Unidos, Michael McKinley; de Rusia, Mijaíl Troyansky; de Polonia, Przemyslaw Marzec; de Alemania, Christoph Müller; el nuncio apostólico del Perú, Bruno Musaró; así como los analistas internacionales Fabián Novak y Farid Kahhat.
La mesa fue moderada por el director de este Diario, Francisco Miró Quesada Rada; el editor central de Política, Juan Paredes Castro; y el editor de la sección Mundo, Carlos Novoa. Participaron también los periodistas de la sección Mundo: Miguel Ángel Cárdenas, Jorge Moreno y Roger Zuzunaga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario